El 'Merlos Place' es una efectiva combinación de sexo, infidelidades, mentiras y política. El culebrón, aunque suene frívolo decirlo, ha conseguido que millones de españoles 'olviden' una pandemia global que asola al mundo.
Spain is different y, en muchos hogares, 'Sálvame' está eclipsando al COVID-19 para alegría del Gobierno, encantado ante tanto opio y tanto enemigo mediático desacreditado por su mala cabeza y excesivo ego.
Antes que Merlos
La vida sexual de Alfonso Merlos ha entrado en la agenda política con la misma naturalidad que entró el vídeo de Pedro J. Ramírez. Los quehaceres privados del riojano con una amante irrumpieron como cuchillo en mantequilla por culpa de una infecta venganza perpetrada por las cloacas del felipismo.
Cierto es que por suerte, en este caso, vivimos en España y no sufrimos la hipocresía protestante en relación con el sexo. Aquí todo el mundo hace lo que le da la gana... a veces para mal. Porque no es comprensible que Europa aplauda con más efusividad de lo normal a Plácido Domingo y que productores progres como Roures protejan con excesivo celo a Woody Allen (cabe recordar que ni Domingo ni Allen están condenados, pero hay movimientos que delatan).
Ramírez salió vivo, pero se dejó muchos pelos en la gatera: y es que muchos de sus aliados políticos no veían con buenos ojos sus infidelidades, prácticas sexuales y mentiras sobre un montaje audiovisual que solo existió en las primeras excusas del aliado de Aznar.
El que quizás fue el mayor enemigo de Pedro J. Ramírez durante años, Pepe Navarro (que fue víctima del exdirector de El Mundo), también se ha visto salpicado a posteriori por algunos asuntos relacionados con la cama.
Otros periodistas también se han visto afectados por los líos de faldas. Quizás el caso más llamativo del último siglo lo protagonizó un compinche antifelipista de Ramírez, Martín Prieto, del que se dijo que le había secuestrado ETA... hasta que varios medios informaron de que estaba con una rubia en un hotel.
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