Los reyes de la comedia actual; de Ignatius Farray a Goyo Jiménez







Aprovechen si tienen alguna plataforma de pago en nuestro país para ver El fin de la comedia, la serie autoparódica del cómico bizarro Ignatius Farray. La serie en sí, sigue la linea underground de El Divo o ¿Qué fue de Jorge Sanz?, y usa elementos poco utilizados en la comedia española, transportándonos a la realidad de un cómico gobernado por una vida caótica, en la línea de Seinfeld y Curb Your Enthusiasm, pero con más dosis depresivas que los tradicionales elementos del eterno Allen jugando a genio neurótico, que son los que utilizan Jerry y Larry, quizás actualizados ahora por Louie. El equipo de Comedy Central agita un cocktail de humor surrealista, obra teatral de arte y ensayo, e incluso dota a la aparente comedia de algunos momentos sensibles, convirtiendo al producto en una dosis rejuvenecedora para las mentes alternativas. El título, El fin de la comedia, ya es una premonición para lo que nos vamos a encontrar; más situaciones simpáticas que cómicas, para lo que no hay siquiera intención. El capítulo más logrado, de los seis que componen la primera temporada-esperemos que haya más-, es "Pepinillos agridulces", una mezcla de Un loco a domicilio, con Víctor Clavijo jugando a imitar al perturbado papel de Carrey, un elemento tierno y un final feliz. Mezcla aparentemente sencilla, pero con la que demuestran Navarro, Esteban y Farray, autores de la serie, los elementos americanos de los que beben, a los que guiñan con una referencia a Richard Pryor en Live in the concert, que es una especie de melancólico mensaje en la botella: lo que queremos ser y nunca podremos, por el país cateto donde nos ha tocado aterrizar.


Merece la pena, mucho más que el chusmerío que domina el humor patrio, estancado en el barrizal desde hace dos décadas con la copia del modelo Martes y 13. Es la línea que sigue José Mota, con su barniz rural, ávaro y repetitivo, que retorna a TVE con Juan Muñoz de escudero, tras la cura de humildad padecida en Telecinco.
También por el mismo camino siguen Los Morancos, que con sus tradicionales elementos choscos de humor tabernario y con las pelucas como mejor recurso humorístico, preparan especial de Reyes para TVE.



Por otro camino viaja Pablo Motos, que entre estrellas de Hollywood e inquietudes para renovar las secciones en búsqueda del público familiar, apenas se le puede considerar programa de humor, cosa que es indudable en Buenafuente, salvando como puede el moribundo el late-show español, género que él mismo está ayudando a matar, al no poder o no saber reinventarse, cosa que sí parecía poder conseguir el año pasado. O en el capítulo del humor político salva los muebles Wyoming, que ha conseguido consagrar en El Intermedio un informativo político de altura y un elemento indispensable para entender la dramática situación que vive el país. Peor lo llevan Los viernes al show, que intentan salvar con escenas eróticas de la sobreexpuesta Cristina Pedroche o con artistas de gira promociona, la falta de formato, cosa que pueden padecer Flo y Dani Martínez, dúo consagrado en televisión y teatro, que prepara un magma lleno de sketches, parodias, doblajes y entrevistas para el prime-time de Cuatro.
Este tipo de programas, como ya vimos en la adaptación nacional de Saturday Night Live, tienen un problema para no morir jóvenes.

En cuanto al humor surrealista, los fans estamos pendientes de Retorno a Lilifor, espacio de sketches que estrenará Neox previsiblemente en enero. Los chanantes, regresan tras dos años en el cajón, con el perjuicio que suponen para los fans las exitosas carreras desperdigadas entre colaboraciones televisivas y cine. Quizás, todos ellos hayan perdido la oportunidad para cambiar el humor oficial del país, si hubiesen estado más pendientes de parodiar la actualidad que hacerlo con películas o a cantantes de los ochenta.

Aunque para humor elitista, es más que recomendable Evoluzión, la deslumbrante obra de teatro de Goyo Jiménez, que juega con elementos antropológicos para poner en pie una obra de arte llena de fuerza, con la que ha conseguido poner rendido a sus pies al público del Callao madrileño. Los prejuicios existentes sobre el humorista, tras sus escasos y discretos pasos por televisión, vuelan de un plumazo en la primera media hora, con un arranque inconmensurable, en la que reparte dosis de humor brutal combinado con una especie de comedia divulgativa, que ayuda a cohesionar una obra de teatro magistral, digna de un cómico que acaba de tocar techo. Goyo, respaldado por un guión sobresaliente y por una sencilla pero amable puesta en escena, logra "revoluzionar" el humor patrio en las salas. No se lo pierdan.

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