Superpop es sin duda uno de los iconos mediáticos de los años ochenta. Y es que su particular estilo y la promoción del fenómeno fan le hicieron un hueco en los kioskos españoles, los que abandonó en 2011 cuando los números dejaron de salir. César Prieto recuerda en la revista musical Efe Eme la historia de esta revista musical juvenil que marcó la vida de varias generaciones en nuestro país:
Llevo días pensando en algún argumento que resultase demoledor para exponerles a ustedes las bondades de “Superpop”, pero no se me ha ocurrido ninguno; ni demoledor ni simplemente racional o afectivo. Para los escasos lectores que no hayan huido horrorizados al ver el titular de la crónica no tengo nada, ni una mísera justificación.“Superpop” –tirada millonaria– no supondría más que una nota a pie de página en la historia de la música en este país. Sin embargo, sociológicamente, como explicación de una época, como muestra de la conjunción entre público con sensación de urgencia e iniciativa arriesgada, es impagable.
Hoy, con estanterías llenas de revistas para adolescentes, “Superpop” daría la impresión de ser una más; también ya entrados los 80, cuando fue abandonando poco a poco su valor musical y se dedicó más a series de televisión, y cuando más vendió, todo hay que decirlo, resultaba vanamente pueril. Pero vayamos a sus orígenes, veremos sorpresas.
“Superpop” arranca en octubre de 1977, aquel año en el que pasó todo. Contemporánea del punk y de cabeceras como “Star” o “Vibraciones”, su ideólogo fue el simpar Jordi Sierra i Fabra, que incluso llegaba a escribir, evidentemente sin firmar, ya que podría causarle perjuicios si se llegaba a enterar su parroquia seria. Las pretensiones: importar un fenómeno que como casi todo llegaba tarde y había explotado en Norteamérica hacia la primera mitad de los sesenta: la admiración a ídolos “teenagers”, una especie de “highschool” revitalizado que allí se vio cristalizado en la figura de David Cassidy.
Pero aún tendrían que pasar algunos meses hasta que el destino favoreciese a la revista, haciendo que Pecos ganase un concurso en Radio Madrid. En los primeros números el despiste era brutal. Atentos a la portada: aparecen en ella melódicos de la generación anterior –Miguel Gallardo, Camilo Sesto o Lorenzo Santamaría–, un recién descubierto Miguel Bosé, Ángel Nieto, que nos explica cómo ser un campeón de motociclismo, y ¡Paul McCartney! Los criterios musicales no estaban definidos. Pero es que en este primer año se combina todo esto con Elvis, Alain Delon y –nueva admiración– ¡Elsa Baeza! Sin olvidar que no le hacían ascos a entrevistas o reportajes sobre artistas tan respetados por ustedes como Manhattan Transfer, Pink Floyd o –sigo– ¡Sex Pistols! ¿A quién iba dirigida? ¿Qué público esperaban?
Ahora vamos a él. La situación en el 77 era penosa para los últimos del “baby boom”. A alguien de doce años le interesaba la música porque con el cine era la única diversión posible, ¿pero dónde estaban los cantantes? Los cantautores era demasiada altura, no se iban a comprar “Disco Exprés”, la canción ligera era demasiado seria, la nueva ola madrileña que los podía empezar a captar todavía no existía y aún se palpaba una cierta dosis de rebeldía frente a la generación de sus hermanos mayores. Estaban esperando algo que hablara de ellos y no encontraban nada, y ahí Pedro y Javier cumplieron un papel fundamental: palabras sencillas para alimentar el qué me está pasando, y cercanía. De su música no hablo, hablo de que una adolescente del 77 necesitaba reconocerse en alguien y había un vacío de ídolos abismal. Fueron el fermento, y a partir de ahí ya tuvieron sentido Travoltas, Bosés, Marines e Ivanes. Y también Tequila, no nos olvidemos, que copaban portadas y portadas.
Porque fue una revista cercana, hemos dicho: organizaba “meetings”, firmas de discos, ocupaba salas de concierto a las diez de la mañana, y los ídolos acudían y charlaban, le ponían una especial dedicatoria. Hoy, los doce años de 1977 son cincuenta, y seguramente si algunos de aquellos preadolescentes sigue interesado en la música se lo tomará con enorme cinismo, pero en esos días le iba la vida en ello. Y una revista que ofreciese en papel cuché y con brillo colorista este mundo, necesariamente iba a ser de traca. Un colorido que quizás fuese en parte influencia para la primera nueva ola, recuerden a Sissi o los trajes de los Radio Futura de Herminio Molero.
Todo esto a colación de un libro y un disco que repasan la historia de la publicación, escrito el primero por su antigua directora Ana Rius, y Javier Adrados, que de fan de Mecano ha ido subiendo escalón a escalón hasta ser reputado ejecutivo. Es curioso, los lectores más activos de “Superpop” no han formado grupos, han pasado a la industria o la radio. Se organiza como pequeña historia y capítulos temáticos dedicados a cada uno de los ídolos o a los regalos de los que se acompañaba y a secciones como las cartas. El material gráfico es abundante.
El disco recoge una buena selección de todas las épocas, empezando por Leif Garrett, siguiendo por Radio Futura –y olvidados, como Pato de Goma–, Cyndi Lauper o Bonnie Tyler, que no me explico qué pintan, Modern Talking, el nuevo despertar de los grupos con Modestia Aparte y Terence Trent d’Arby, en lo que no deja de ser un recopilatorio de estándares juveniles de los 80. Cabría, ya puestos, rebuscar entre los olvidados y haber añadido un cedé de rarezas, un tal Jimmy, The Teens, Goma de Mascar… los subterráneos de esta historia. Más de uno se llevaría sorpresas.
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