Paolo Vasile, tras zamparse a Cebrián, desembarca en Catalunya con la intención de obligar a Godó a arrodillarse







El titular está asegurado cada vez que Paolo Vasile acude a una comparecencia o concede una entrevista. Y casi siempre, en esta colección desordenada de titulares, se puede encontrar un palo a los que desprecian su forma de hacer televisión: "Se nota que los que hablan de televisión no tienen ni idea del negocio", llegó a decir. La razón de su desazón está clara; no aguanta la mirada elitista de los críticos a su entretenimiento low cost y por éso le supuran los complejos. Porque Vasile esperaba aplausos después de haber cooperado a convertir Telecinco en uno de los negocios televisivos más rentables de Europa.

Hay que advertir que este enfado tiene dos perspectivas; la del ego, propio de alguien que se gusta, y el del crudo negocio, ya que Vasile es consciente de que una campaña de desprestigio contra su cadena lastra en parte su cuenta de resultados, porque según él los grandes anunciantes invierten con reparos en Mediaset por la dudosa reputación de la que goza el grupo.

Parte de negocio y parte de venganza influyó en la entrada de la Mediaset en casa de la todopoderosa Prisa, antaño expedidora de carnets de gusto televisivo. Le gustó sin duda a Vasile quedarse con Cuatro y con parte de Digital +, pero más le gustó ver en el Liceo barcelonés el premio de los elitistas Ondas, galardones de la progresía patria, a Jorge Javier Vázquez, icono de la mal llamada "telebasura". Ésa prenda moral se cobró Vasile, que había tenido que aguantar como el petulante El País atizaba a su Sardá, a su Milá, a su Jorge Javier y a su Silvio Berlusconi, linchado día sí día también en el periódico independiente de la mañana.

El rescate parcial de Telecinco a Prisa fue como si el Burger King entra en el accionariado de los negocios de Ferran Adrià. Algo debe haber de eso en el acuerdo que se precocina entre Mediaset y Godó, que compartía mirada despreciativa hacia la televisión de Vasile, al que el papel importa y mucho. Y el que el Conde, cuyas empresas lideran la prensa y radio catalanas-La Vanguardia con 718.000 lectores diarios y RAC 1 con 786.000 oyentes diarios según el último EGM-, ve como la división televisiva roza la liquidación. Y es que 8 TV, su proyecto de televisión autonómica, se ha dejado por el camino en este último lustro más de veinte millones de euros, por lo que la entrada de Mediaset, estratégica para algunos, resulta todo un bote salvavidas.

Es cierto que Telecinco, que en Catalunya ni lidera y marcó en este territorio en abril tres puntos por debajo de su media nacional, puede sacar tajada con acuerdos publicitarios y de producción sobre 8 TV, que con su humilde 3,3% de share en abril mira desde lejos a la insuperable TV3-12,4% en el mismo mes-. También es cierto que Vasile siempre ha querido desembarcar en las autonómicas privadas-lo intentó con un proyecto junto a Zeta para la Comunidad de Madrid y con un acuerdo con el Canal Català-. Pero en la vida todo no son números, incluso para los que viven de ellos. La Comisión Nacional de Mercados y Competencia emitirá unos meses el esperado informe del acuerdo entre Mediaset y Godó, que espera que sea favorable y tiene razones personales para creerlo.



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