El sectario y enchufado Carlos Dávila culpa del final de La Gaceta a la secta El Yunque y al ultracatolicismo




Carlos Dávila ha vuelto a la primera plana para aclarar su punto de vista sobre el cierre de La Gaceta, de la que él fue director. Dávila ahora vive dando sablazos como dircom de una empresa pública de Castilla-La Mancha, tras ser enchufado por Cospedal.

El periodista de extrema derecha culpa a Ariza del final de La Gaceta por su cercanía a El Yunque y al "hipercatolicismo". Lo que no hace es asumir sus propias culpas, que las tiene, al intentar revivir el espíritu de El Alcázar dos décadas después. Dávila practicó un periodismo de tercera, con el tema Marichalar como mejor ejemplo-le acusaron de cocainómano sin pruebas-.




Dávila habla ahora para Periodista Digital en una entrevista;



PERIODISTA DIGITAL: ¿Qué siente un periodista al enterarse de que el diario que dirigió y por el que se dejó la piel deja de aparecer de un día para otro en los quioscos"

CARLOS DÁVILA: "Está claro que aunque sea un tópico, sentimos un gran dolor porque se cierra una parte de la libertad. Como persona y como antiguo director de La Gaceta, ese dolor se acrecienta por un millón de veces, porque aquello fue una criatura que parimos con un equipo excelente y que luego fue adelgazando hasta que tuve que marcharme de una manera inopinada y el periódico ha ido extinguiéndose de una forma pavorosa

P.D: ¿Cuáles fueron los motivos por lo que dejó la dirección de La Gaceta?

C.D: "El grupo Intereconomía, su patrón, lo que me pidió fue que me hiciese cargo de lo que quisiera dentro de Intereconomía. Yo me lo pensé durante una hora, pero decidí marcharme porque me dijeron que prescindían de mí cuando el periódico era un éxito. Yo me acuerdo de un enorme director como Pedrojota que decía que el segundo periódico que él leía, después de el suyo, era La Gaceta.

El editor me dijo que yo no entraba en el proyecto, que no sé que tipo de proyecto sería, aunque me imagino que sería ideológico, radicalizado hasta un extremo de hipercatolicismo militante que es incompatible con cualquiera grado de libertad y que ha terminado con La Gaceta y que parece que también acabará con la televisión y con la radio. Ha sido una destrucción que no consigo explicarme. Esto es la crónica de un asesinato anunciando, no se sabe por qué, qué es lo que entraba en la mente de los malísimos gestores de Intereconomía. Para destruir un proyecto hace falta ser torpe, mal gestor o hacerlo de forma voluntaria, y ésta última es la que creo menos probable.


P.D: ¿Qué responsabilidad tiene Julio Ariza?

C.D: El editor, alguien tan personalista y singular como él, es el máximo responsable de lo que está sucediendo. ¿Por qué ha cometido tantos errores partiendo desde un éxito inicial? Pues no lo sé, no lo puedo entender y es lo peor que me pasa. La Gaceta era un periódico que estaba al tanto de la actualidad, con exclusivas comprometidas, que era agresivo, pero era un diario que no caía indiferente. Emilio Romero, a sus redactores, siempre les decía que hubiera un ‘coño' en cada portada, que cuando la gente fuese a comprar su diario dijese ‘coño'.

Y claro que también teníamos principios ideológicos, pero lo que no tengo es el talibanismo cercano a la radicalidad de una secta que funciona en España y de una manera repugnante, que está haciendo mucho daño a la Iglesia católica, que se llama El Yunque y que estaba infectando a la redacción de La Gaceta y a otros medios de Intereconomía.

P.D: Cuando le invitan a dejar la dirección de La Gaceta el periódico estaba en los 42.000 lectores diarios y ahora la cifra apenas llegaba a los 5000.

C.D: Ya ni siquiera había cifras porque se habían apartado de los controles de la difusión de OJD. Solamente se vendía en Madrid y en algunos sitios. El periódico ya no se encontraba en toda España. El periódico no llegaría ni a los 2.000 ejemplares.

P.D: ¿Piensa que cabecera era salvable o con el tema de las promociones como el pan estaba abocado a la desaparición?

C.D: La cabecera es un cañón. Si hay una cabecera con tradición periodística es La Gaceta. Claro que sería salvable pero haciéndolo de otra forma y con otro tipo de gente que ahora dirige todo aquello. Hay que tener en cuenta cual es la crisis del papel. Yo siempre digo que me recuerda a la crisis que hubo cuando apareció la TV y que se pensaba que iba a morir la radio. El papel siempre ha tenido su influencia y La Gaceta tendría que tenerla. Ha sido una auténtica pena que nadie se explica.

P.D: El diario en su época se anunciaba con el lema de 'Orgullosos de ser derechas', ¿entraba esto en conflicto con las formas del actual Gobierno?

C.D: La derecha existe al igual que la izquierda aunque ambos conceptos están cada día más mezclados. Cuando yo adopté ese lema era porque los valores en los que yo creía eran la libertad (las personas se mueven como individuos no como colectivos). También creo en los principios religiosos. Y naturalmente creo que la vida hay que respetarla y el aborto planteado como la Ley Aído era una monstruosidad. En lo que no coincidía era hacer de la religiosidad el centro de la vida. La religión esta por una parte y el Estado por otra. Es una aberración instalar el reino de Dios en la Tierra a base de cañozanos y eso es lo que algunos de los presentes en el grupo ideológico de Intereconomía es lo que querían. Yo estuve ahí radicalmente en contra y me enfrenté con estos talibanes que son homicidas desde el punto de vista periodístico y que forman parte de una secta peligrosa como es El Yunque

P.D: ¿Se quedan huérfanos los lectores de ese espectro de derecha?

C.D: Con matices. ABC es un buen periódico, pasada la etapa nefasta de Zarzalejos se ha serenado y está dando exclusivas y lo están haciendo moderadamente bien. La Razón es un periódico que también tiene que aportar a ese espectro. Y El Mundo es una especie de mix en esos conceptos que responden a la impronta de su director y que parte del centro-derecha más moderado al centroizquierda con ese mismo matiz.

P.D: ¿De qué se siente más orgulloso en su etapa como director de La Gaceta?

C.D: Entre ayer y hoy no habré recibido menos de 500 correos y menos de 50 llamadas de antiguos colegas de la redacción. Los mismos que me despidieron con lágrimas en los ojos y con un aplauso y eso queda para mi historia personal que no deja de ser la de un periodista de raza. Es el recuerdo que me queda. Lo demás pasará. Espero que esas personas que han cometido el asesinato periodístico de un grupo que era fundamental en la trayectoria de España pasen cuanto antes. No quiero recordar los malos momentos ni los últimos ocho meses que los he tenido que metabolizar de una forma incluso patológica.

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