El divo Jorge Javier ha bajado al mundo de los mortales y ha rectificado. Ha pedido perdón por el numerito del pasado viernes-donde zarandeó e insultó a Olvido Hormigos- y ha dicho que él quiere ser feliz y "reírse como antes".
"Quiero que cuando me vaya de la televisión, la gente me recuerde con una sonrisa, no como el tío que siempre salía cabreado". El problema de la famosa sonrisa es que cuando Jorge Javier más rió fue en la terrible etapa de Aquí hay tomate, donde destrozaba la vida a los famosos con la excusa de la ironía. Es decir que la sonrisa no es todo.
Jorge Javier ha admitido que no "está bien", ha dicho que él sufre "de los nervios" por el directo y ha prometido no volver a expulsar a nadie más así.
El presentador badalonés ha cambiado muchísimo en los últimos años. Desde que lo conocimos en Extra Rosa-donde aparecía tímido, cercano y sonriente- hasta la actitud despótica que ejerce ahora media un abismo. El problema seguramente no es Jorge Javier. El problema es que una persona como él, por muy humilde que haya sido, tiene una difícil digestión de su éxito actual; presenta con éxito tres programas, ha pasado a ser uno de los presentadores mejor pagados de la cadena, ha escrito un libro y ha arrasado, tiene un negocio que funciona y un novio con el que está a gusto. Solo el nubarrón de Hacienda le ha hecho estar incómodo en los últimos tiempos.
Pero un tipo de su cultura debería valorar lo que tiene, o quizás es que Jorge es así. Ya lo demostró hace unos años cuando en una entrevista de La Noria dijo que no quería que la gente se le acercase porque era un coñazo.
Los que seguramente no inquieten a Jorge sean los de Change.org, que es una plataforma en la que firman muchos aburridos por la retirada de Sálvame. No hay nada más democrático que la televisión. Si no quieren ver Telecinco que la desintonicen, pero que dejen de dar el coñazo con sus obsesiones.
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