Santiago Segura cuando acaba las intensas promociones de Torrente, suele pedir perdón por dar el coñazo a todas las horas y en todos los canales. Algo así debería hacer todas las semanas Alfonso Rojo, al que aguantamos en todas las cadenas-Intereconomía, Telecinco, la Sexta y antes Telemadrid o 13 TV- y a todas las horas.
Él demuestra que no hay que ser un experto en nada para acudir a ellas. Alfonso suele tirar de su vena tabernaria para intentar quedar bien en las tertulias; demagogia, humor barato, comentarios choscos o gracietas de gañán.
Pedro J. Ramírez, que fue su jefe durante dos décadas y lo conoce perfectamente, lo definió así de duro en el libro Tinta en las venas;
"Alfonso no fue capaz de madurar profesionalmente; él fue un fantástico reportero, pero no fue capaz de madurar, de evolucionar al trabajo en equipo, el análisis, la firma o convertirse en un senior. Y eso iba creando muchas fricciones humanas con el resto del equipo.
Él era un hombre inteligente, brillante, pero siempre con una mirada despectiva hacia los demás. Luego a través de su hermano actuó con una especial inquina contra mí en temas familiares".
Fue polémica la salida de Rojo en 2004 de El Mundo-periódico del que era fundador-. Este acusó a Pedrojota de negarle acudir a una tertulia radiofónica sin su autorización y salió del periódico por la puerta de atrás-pero con una gran indemnización-. El Mundo poco antes había demandado a PD por colgar sus artículos sin autorización. Luego Rojo se vengó de Pedrojota publicando un diario íntiomo de Exuperancia, la amante de Pedro y protagonista del polémico vídeo sexual-del que Periodista Digital publicó un enlace-.
Con esta carta se despidió Rojo de El Mundo;
El lunes 27 de diciembre, 15 años y medio después de que una docena de personas fundáramos EL MUNDO en un apartamento del centro de Madrid, termina
mi relación con el periódico.
Es la clausura de una aventura profesional fascinante. No tendrá lugar en la sede actual de EL MUNDO, ni tras una de esas fiestas que hemos prodigado en la cuarta planta del edificio de la calle Pradillo. El adiós será en uno de los cuartos interiores de la Delegación de Trabajo.
Allí tendrá lugar el acto de conciliación que evita los sinsabores de un juicio, en el que hasta los abogados de EL MUNDO coinciden en que el juez fallaría a mi favor.
Tres décadas como corresponsal de guerra me han curtido un poco, pero sigo siendo algo sentimental y me queda un ligero sabor amargo en la boca. No porque vaya a echar en falta el "olor de las linotipias" o el "chute de los cierres", ya que he pasado el 90% de los últimos años en desiertos afganos o callejuelas y bazares de Bagdad. Contar la historia en vivo, como testigo
directo, es un privilegio que compensa con creces los incordios, los engorros, los horarios y las pequeñas miserias del ejercicio cotidiano de esta profesión.
El origen de esa pizca de amargura estriba en que la ruptura de mi relación con EL MUNDO viene de la negativa a aceptar que el director tenga derecho a decidir qué, cómo, cuándo y dónde opinan, dicen o expresan sus ideas en público los miembros de la plantilla.
El pasado 20 de septiembre recibí con sorpresa un burofax --¿no hubieras podido llamarme por teléfono?- requiriéndome que te presentase una solicitud de autorización para participar en cualquier tertulia radiofónica. Me advertías de que mi negativa se consideraría "falta de indisciplina de la máxima gravedad".
Te contesté que llevo 16 años interviniendo en tertulias radiofónicas. En muchas ocasiones he coincidido contigo en los estudios y ante los micrófonos. Aún así, finalicé mi respuesta con el aviso de que al día siguiente estaba invitado a "Protagonistas" con Luis del Olmo y que asistiría salvo que me comunicaras que te oponías.
No hubo respuesta, hasta que 55 días después, el 17 de noviembre, me enviaste un nuevo burofax explicando que, "después de haber reflexionado" me instabas de nuevo a pedirte permiso para participar en cualquier programa de radio. Añadías que yo debería "tomar en consideración las notables diferencias de todo orden que cabe apreciar entre la etapa fundacional del
periódico y la actual".
En esta ocasión, de forma prolija, respondí haciendo hincapié en que no se puede alterar caprichosamente el estatus laboral de un trabajador; y que el director, por muy relevante que sea en el periódico, no puede vulnerar el derecho a la libertad de expresión, poniendo cortapisas, controles o filtros a lo que un periodista quiera o pueda opinar en una radio, fuera de su
jornada laboral, en programas que no son competencia de EL MUNDO y sobre temas variopintos.
En esos días quitaste mi nombre de la mancheta del periódico, donde había estado durante 15 años. Esa "desaparición" me inquietó menos que el hecho de llevar seis meses -desde mi vuelta de Irak en julio- sin poder publicar en las páginas de EL MUNDO.
Lo cómodo y más conveniente, en palabras de varios de mis compañeros, hubiera sido plegarse, pedirte permiso y esperar que fueras magnánimo y me permitieras aparecer de vez en cuando en alguna radio de tu gusto. En el peor de los casos y si me prohibías volver a hablar en una emisora, insistían mis colegas, siempre quedaría el consuelo de cobrar cada fin de
mes.
Si hiciera en la vida lo que me conviene, no sería yo. Claudicar, siendo periodista y defensor a ultranza del derecho de todo ciudadano a opinar libremente, me hubiera imposibilitado mirarme sin sonrojo en el espejo por las mañanas.
Me duele dejar EL MUNDO. He vivido con intensidad los últimos 15 años, seis meses y 21 días. Con intensidad y con placer, a pesar de tu montaje para acallar mi voz. Lo he pasado muy bien.
Sigo creyendo en el mensaje. En lo que he dejado de creer es en el mensajero. en cierto tipo de mensajero.
Alfonso Rojo
Ex adjunto al director de EL MUNDO
Este tipo es un payaso
ResponderEliminar