Si un chaval de 29 años saltó a la fama hace unos años haciéndose millonario embotellando y vendiendo agua del grifo, Roures ha llegado a tal meta arruinando al personal que invertía en sus proyectos. Jaume consiguió hundir financieramente Público, diario con línea progresista que acabó rematando gracias a un concurso de acreedores, en los que él no pagó a sus trabajadores, y que acabó recomprando en la sombra.
Ahora lo a hecho con La Sexta, ¿o alguién duda que la cadena que ha perdido 250 millones de euros le ha salido rentable al troskista?.
Roures poniendo menos de un 10% de la ruina, controlaba el 100% del capital y hacía y deshacía dentro de la empresa todo lo que quería, chupando el 70% del presupuesto, gracias a quedarse él con los servicios y derechos más caros; informativos, fútbol, formula 1.
Ahora pese a hacer perder mucho dinero a Televisa -que controla el 49% de La Sexta-, Roures ha liderado las negociaciones de la absorción por parte de Antena 3 donde por supuesto para ellos les ha salido redondo.
Dicen en la presentación de la nueva temporada que no cometerán los errores de la fusión de Telecinco y Cuatro y que no unirán las redacciones de informativos para evitar que La Sexta pierda su esencia.
Lo que de verdad le importa a Mediapro es la joya de la corona, o sea el contrato millonario con el que van a sangrar de Antena 3 por hacer La Sexta Noticias.
Un caso parecido -esta vez con el sueldo de Cebrián, Matías Cortes o Liberty- lo denuncia Pere Ruiseñol en El Diario.es;
Cada vez que un periódico anuncia un ERE o cierra,
se suceden las condolencias ante una fatalidad que generalmente se
presenta casi como una "catástrofe natural": daños inevitables ante el
"diluvio" de Internet.
Estos análisis, abrazados con
entusiasmo por las cúpulas empresariales incapaces de enderezar el
rumbo, dejan a todo el mundo muy tranquilo porque las responsabilidades
se trasladan a un ente de naturaleza sobrenatural, ante el que nada
puede hacerse. Pero no sirven para entender la crisis de la prensa, que
acaba de dar un salto cualitativo en España al golpear a 'El País', el
gran periódico de referencia que acaba de anunciar un ERE que afectará a
más de 130 trabajadores y que supondrá el despido de algunos de los
mejores periodistas de España.
La caída de 'El País'
no es una catástrofe natural, sino un ejemplo de libro de cómo una mala
gestión puede arruinar incluso a la institución periodística más sólida
que ha tenido nunca España. Internet y el supuesto cambio de paradigma
son sólo actores muy secundarios del drama.
La crisis
de la prensa suele abordarse de forma aislada, como si no tuviera
ningún tipo de conexión con la crisis sistémica del capitalismo, a pesar
de que el nexo es evidente. El 'capitalismo de casino' alejó a las
empresas de su 'core business' a la búsqueda de pelotazos sin relación
con su negocio original; la expansión se financió con crédito barato y
apalancamientos inverosímiles que generaron una bola de nieve de deuda
impagable, y las decisiones fueron tomadas por un reducido grupo de
directivos que pensaban sólo en el corto plazo y en su propia
retribución, que solía crecer incluso a costa de los intereses generales
de la compañía, de sus accionistas y de sus trabajadores.
Finalmente, cuando la burbuja pinchó, los bancos se hicieron con el
control de la empresa –los créditos imposibles de cobrar se convirtieron
en capital–, los ejecutivos se aseguraron retiros dorados y los
trabajadores pagaron la fiesta con su despido.
Este
mismo esquema general, muy explicado en el mundo anglosajón, es el que
ha llevado al abismo al Grupo Prisa y a su buque insignia. Hace años,
uno de los periodistas estrella de 'El País' escribió una columna
advirtiendo de la "ludopatía bursátil"
y era tan evidente lo que estaba sucediendo en la propia casa que el
director decidió censurar el artículo, asustado: no hacía falta citar
ningún nombre para que su lectura llevara inevitablemente a pensar en la
dirección del grupo, encabezada por Juan Luis Cebrián.
La expansión derivada del 'capitalismo de casino' llegó en el caso de
Prisa a generar una deuda de 5.000 millones de euros, equivalente a la
que suman todos los clubes de fútbol españoles. Esta deuda descomunal
generada por razones que nada tienen que ver ni con el periodismo ni con
'El País', dejó a la cúpula de Prisa sin oxígeno cuando la crisis
global cerró los mercados y hundió los ingresos en todas las áreas de
negocio.
Fue entonces cuando Wall Street olió la
sangre y el polémico financiero Nicolas Berggruen se ofreció para el
rescate. La revista satírica 'Mongolia' publica este mes un artículo
sobre el agresivo 'modus operandi' de los 'hedge funds' del hombre que
en 2010 facilitó la inyección de 650 millones en Prisa que ayuda a
entender la auténtica naturaleza de la crisis del gran diario español.
Cebrián tenía los mercados cerrados y una deuda de 5.000 millones sin
la ayuda ya de Jesús de Polanco. Y Berggruen tenía que gastar con
urgencia 650 millones si no quería perder la comisión de los inversores
que se los habían prestado para una gran operación.
Este acuerdo se ha entendido muy mal: Liberty no es el accionista de
referencia de 'El País'. Fue sólo el instrumento creado para una
operación financiera que, una vez perpetrada, suponía en la práctica la
disolución del vehículo.
El pacto fue redondo, pero
siguiendo la misma lógica de las grandes operaciones del 'capitalismo de
casino', no era necesariamente bueno para Prisa, sino sólo para los
ejecutivos que la realizaron. Dentro de la empresa de comunicación, se
beneficiaron básicamente Matías Cortés, que pasó una factura millonaria
por el asesoramiento jurídico, y, sobre todo, Cebrián, que se blindó
durante tres años con un salario estratosférico –en 2011, se embolsó 14
millones de euros, pese a que Prisa perdió 450— y bonus extra por el
acuerdo.
Del lado de los inversores, Berggruen
facturó también una suculenta comisión en lugar de tener que devolver el
dinero con los intereses generados. Y se aseguró una retribución del 7%
de sus acciones durante tres años, pese a que los accionistas de Prisa
de toda la vida hace más de un lustro que no perciben dividendo y que
sus viejas acciones valen apenas el 2% del valor que tenían cuando
empezaron a cotizar. A Berggruen no debe de importarle demasiado si
Prisa acaba hundiéndose: el negocio ya lo ha hecho.
La última fase del 'capitalismo de casino' también es aplicable a 'El
País': ante la evidente imposibilidad de devolver la deuda –pese a todas
las desinversiones y la inyección de Liberty y de Telefónica, sigue
superando los 3.500 millones–, la banca acreedora ha transformado los
créditos en capital y ya es accionista de referencia.
Ahora, la mayoría de las acciones de Prisa no son de la familia
Polanco, sino de la banca acreedora –destacan el Banco Santander,
Caixabank y HSBC– y de los fondos de Wall Street. En esta situación, lo
habitual –y así ha sido– es que la banca sitúe a uno de los suyos en los
puestos de mando –Fernando Abril-Martorell– y aplique una lógica nueva.
Y en el nuevo terreno de juego, los mejores periodistas pierden todo el
valor que justificaba su retribución y pasan a ser sólo un engorroso
gasto del que urge desprenderse.
A este marco general
típico del 'capitalismo de casino', 'El País' suma algunas
peculiaridades propias, como la obsesión del consejero delegado por
borrar la memoria del fundador y fulminar a los periodistas veteranos,
así como el empecinamiento, sin precedentes en ningún gran medio
internacional, por degradar el valor de la marca propia: durante años,
Cebrián ha repetido en todo tipo de foros públicos que los periódicos –y
singularmente 'El País'– están muertos y que ya ni siquiera influyen,
origen de un ciclo de autodestrucción que acaba conduciendo a la
profecía autocumplida.
Esta antipublicidad alimentada
por el primer ejecutivo tiene necesariamente un impacto devastador en
las tarifas que pagan los anunciantes. Y con un agravante: en el sector
de la prensa, la burbuja que pincha –el equivalente de las 'subprime' en
la crisis global– es precisamente la de la publicidad, cuyos elevados
precios sólo tenían sentido antes de la eclosión de las redes sociales,
cuando los medios tradicionales disponían del monopolio para hacer
llegar mensajes a los ciudadanos.
Los ingresos de un
periódico dependen sobre todo de dos fuentes: la publicidad y la venta
en quiosco. Si la publicidad se hunde, lo lógico sería proteger al
máximo la otra fuente, pero 'El País' optó además por regalar en
Internet el 100% de sus contenidos, con lo que los ingresos de la
segunda pata se han hundido simultáneamente a los de la primera. Por una
regla elemental: no tiene sentido pagar por exactamente los mismos
contenidos que se regalan. Antes, llevar 'El País' debajo del brazo era
una muestra de estar bien informado. Hoy, como continuamente subraya su
propio consejero delegado, es más bien una muestra de estar
desinformado: aún no te has enterado de que se regala.
A pesar del hundimiento de su cuenta de resultados –como consecuencia
de las controvertidas decisiones empresariales tomadas–, 'El País' ha
generado beneficios de forma ininterrumpida en todos y cada uno de los
36 años de historia, incluido el primer semestre de este terrible 2012. Y
sólo con la retribución que se embolsó Cebrián en 2011 –entre fijo,
bonus y extraordinarios–, 'El País' podría contratar a 400 nuevos
redactores bajo las condiciones de su ya maltrecho convenio colectivo.
Y sin embargo, Prisa va a presentar el martes un ERE para despedir a más de 130 trabajadores.
No hay ninguna duda de que la culpa es del "diluvio" de Internet.
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